sábado, 17 de mayo de 2014

El cliente difícil. ¿O no?

Cuando hacemos un repaso a la cartera de clientes de la empresa, y sobre todo en reuniones de ventas, etc., suele aparecer algún caso de cliente al que se le cataloga como un cliente “difícil”: difícil de entender, difícil de tratar, inaccesible… y surgen todo tipo de especulaciones a cual más variopinta.

Lo que pasa muchas veces y como en todos los ámbitos de la vida (en las ventas no iba a ser diferente) hay personas que caen bien a otras y otras que no.

A mí me ha pasado varias veces. Clientes y potenciales clientes que son  importantes para la empresa y que la persona que gestiona la cuenta no encuentra más que dificultades, falta de información, etc. y como conclusión imposibilidad de vender pese a revisar y cambiar de estrategia numerosas veces. En resumen: reuniones sin avances y desmotivación.

Todo esto sería normal si estuviéramos dirigiéndonos al cliente equivocado o no tuviéramos nada que ofrecer, pero a veces no es así: realmente tenemos algo que es positivo para el cliente pero este no nos entiende o no quiere entendernos.

Por si puede ser de ayuda, recuerdo un caso excepcional que me sucedió hace unos años: Nuestro interlocutor era un director de compras de una importante multinacional y con un potencial muy importante para nuestra empresa.

Tras la imposibilidad de conseguir algo positivo por parte del técnico comercial (llamadas, visitas, etc.), decidí ir yo a ver qué podía hacer… y obtuve el mismo resultado. Después pasó por allí el director general: ídem. Nada cambió.

Por último, decidimos enviar a negociar a otro técnico comercial diferente a ver qué pasaba. Nada que hacer.

Como nota adicional, os puedo asegurar que los cuatro mencionados antes somos personas cuando menos normales…

Como lo último que hay que perder es la paciencia, decidimos analizar el perfil de este gestor de compras y descubrimos que podía tener algún punto en común en cuanto a carácter, etc.  con una persona concreta de nuestra plantilla: el director financiero.

Así que revisamos una vez más nuestra estrategia y tras una charla informativa de lo que había que decir y lo que queríamos conseguir con este señor, le propusimos a esta persona que llamara y fuera a visitar a este cliente, lo cual le causó una gran sorpresa, pero aceptó el reto.

Cuando volvió de su primera reunión con él, le preguntamos qué tal había ido y dijo textualmente, no se me olvidará nunca, “pues es un tío majo…”. Os podéis imaginar las caras de los demás…

Menos de un año después, ese cliente ya era uno de los 10 principales de la empresa en cuanto a volumen pero eso sí: desde entonces solo contactaba y hablaba con nuestro director financiero, así que le asignamos la relación directa con el cliente preparando las estrategias a seguir desde el departamento comercial.

¿Qué pasaba entonces? Nada. Que estos dos señores se cayeron bien. Eso es todo.

La conclusión por tanto es que en muchas ocasiones no se trata de una cuestión de clientes difíciles, productos, servicios, precios o estrategias equivocadas. A veces también es una cuestión de empatía.

Por tanto, en estos casos de interés confirmado para nuestra empresa, puede ser interesante e incluso necesario asignar como interlocutor con el cliente a otra persona del departamento comercial (o incluso de otro departamento) para comprobar si cambia la situación y no darse por vencido.

Desgraciada (o afortunadamente), no podemos caer bien a todo el mundo… incluso en el mundo de los negocios.

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